domingo, 19 de junio de 2011

La Repetición de Sören Kierkegaard




Un ensayo de psicología experimental.
Sören Kierkegaard
Extraído de:
La Repetición.
Ediciones Guadarrama.
Madrid, 1976

Todo el mundo sabe que cuando los Eleatas negaron el movimiento, Diógenes les salió al paso como contrincante. Digo que "les salió al paso", pues en realidad Diógenes no pronunció ni una sola palabra en contra de ellos, sino que se contentó con dar unos pasos por delante de sus mismas narices, con lo que dejaba suficientemente en claro que los había refutado.
Algo semejante me ha acontecido a mí mismo, por cuanto hacía ya bastante tiempo que me venía ocupando, especialmente en determinadas ocasiones, el problema de la posibilidad de la repetición y de su verdadero significado, si una cosa pierde o gana con repetirse, etcétera, hasta que un buen día se me ocurrió de repente la idea de preparar mis maletas y hacer un viaje a Berlín. Puesto que ya has estado allí una vez, me dije para mis adentros, podrás comprobar ahora si es posible la repetición y qué es lo que significa. En mi propia casa, y dentro de las circunstancias habituales, me sentía como estancado en torno a este problema, que por cierto. Dígase lo que se quiera sobre el mismo, llegará a jugar un lugar muy importante en la nueva filosofía
Porque la repetición viene a expresar de un modo decisivo lo que la reminiscencia representaba para los griegos. De la misma manera que éstos enseñaban que todo conocimiento era una reminiscencia, así enseñará también la nueva filosofía que toda la vida es una repetición. Leibniz ha sido el único filósofo moderno que lo ha barruntado. Repetición y recuerdo constituyen el mismo movimiento, pero en sentido contrario. Porque lo que se recuerda es algo que fue, y en cuanto tal se repite en sentido retroactivo. La auténtica repetición suponiendo que sea posible, hace al hombre feliz, mientras el recuerdo lo hace desgraciado, en el caso, claro está de que se conceda tiempo suficiente para vivir y no busque, apenas nacido, un pretexto para evadirse nuevamente de la vida, el pretexto, por ejemplo, de que ha olvidado algo.
Un autor ha dicho que el amor-recuerdo es el único feliz. Esta afirmación desde luego es muy acertada con la condición de que no se olvide que es precisamente ese amor el que empieza haciendo la desgracia del hombre. El amor-repetición es en verdad el único dichoso. Porque no entraña, como el del recuerdo, la inquietud de la esperanza, ni la angustiosa fascinación del descubrimiento, ni tampoco la melancolía propia del recuerdo. Lo peculiar del amor-repetición es la deliciosa seguridad del instante. La esperanza es un vestido nuevo flamante, sin ningún pliegue ni arruga, pero del que no puedes saber, ya que no le has puesto nunca, si te cae o sienta bien. El recuerdo es un vestido desechado, que por muy bello que sea o te parezca, no te puede caer bien, pues ya no corresponde a tu estatura. La repetición es un vestido indestructible que se acomoda perfecta y delicadamente a tu talle, sin presionarte lo más mínimo y sin que, por otra parte, parezca que llevas encima como un saco. La esperanza es una encantadora muchacha que, irremisiblemente, se le escurre a uno entre las manos. El recuerdo es una vieja mujer todavía hermosa, pero con la que ya no puedes intentar nada en el instante. La repetición es una esposa amada, de la que nunca jamás, llegas a sentir hastío, porque solamente se cansa uno de lo nuevo, pero no de las cosas antiguas cuya presencia constituye una fuente inagotable de placer y felicidad. Claro que para ser verdaderamente feliz en este último caso, es necesario no dejarse engañar con la idea fantástica de que la repetición tiene que ofrecerle a uno algo nuevo, pues entonces le causará hastío.
Para poder esperar y recordar se necesita juventud, pero quien desea la repetición ha de tener, sobre todo, coraje.
El que sólo desea esperar es un pusilánime, el que no quiere más que recordar es un voluptuoso, pero el que desea de veras la repetición es un hombre, y un hombre tanto más profundo cuanto mayor sea la energía que haya puesto en lograr una idea clara de su significado y trascendencia. En cambio, el que no ha comprendido que la vida es repetición y que en ésta estriba la belleza de la misma vida, es un pobre hombre que ya se ha juzgado a sí mismo y que no merece otra cosa mejor que morirse en el acto, sin necesidad de aguardar a que las Parcas corten el hilo de sus días. Pues la esperanza es un fruto sugestivo que no sacia, el recuerdo un miserable viático que no alimenta, más la repetición es el pan cotidiano que satisface con abundancia y bendición nuestras necesidades. Cuando se ha culminado la navegación por el mar de la vida, deberá mostrarse si se tienen ánimos para comprender que la vida es una repetición e, igualmente, si se encuentra placer en gozarla en ese sentido. Quien no esté de vuelta de esa navegación antes de comenzar a vivir, jamás logrará vivir de veras. Quien esté de vuelta y se sienta hastiado o sencillamente harto, demuestra bien a las claras que poseía una naturaleza anormal. Por el contrario, el que elige la repetición, ése vive de veras. No anda, como los niños, a la caza de las mariposas. Ni tampoco, poniéndose de puntillas, se queda extasiado en la contemplación de las maravillas del mundo, porque las conoce de sobra. Ni se está sentado, como una vieja, junto a la meca en que se tejen los recuerdos. No, nada de esto; nuestro hombre avanza sereno y sigue su camino, contento con ejercitar la repetición.
¿Qué sería, al fin de cuentas, la vida si no se diera ninguna repetición? ¿Quién deseará ser nada más que un tablero en el que el tiempo iba apuntando a cada instante una breve frase nueva o el historial de todo el pasado? ¿O ser solamente como un tronco arrastrado por la corriente de todo lo fugaz y novedoso, que de una manera incesante y blandengue embauca y debilita al alma humana? El mundo, desde luego, jamás habría empezado a existir si el Dios del cielo no hubiera deseado la repetición. Porque entonces una de dos, o Dios había seguido los planes fáciles de la esperanza, o se había contentado con evocar todas las cosas en su memoria, conservándolas en el recuerdo. Pero Dios no hizo ni lo uno ni lo otro, por eso hay mundo y subsiste gracias a que es cabalmente una repetición. La repetición es la realidad y la seriedad de la existencia. El que quiere la repetición ha madurado en la seriedad. Este es mi firmísimo criterio particular, en virtud del cual opino, además, que la seriedad de la vida no consiste de ninguna manera en estarse cómodamente sentado en un sofá y escarbarse los dientes con un palillo, al mismo tiempo que se es, por ejemplo, abogado del Estado; ni tampoco en pasearse ensimismado por las calles y ser, como ejemplo de otra profesión, jerarquía de la Iglesia. En este sentido de falta de seriedad en la vida daría lo mismo que se fuera caballerizo de las cuadras reales. Todas estas cosas son, a mi juicio, una pura broma, y a veces, en cuanto tal broma, bastante pesada.
El amor-recuerdo es el único feliz, ha dicho un autor. Por cierto que este autor, en cuanto yo lo conozco, es con frecuencia bastante insidioso. No porque afirme una cosa y piense otra, sino en cuanto fuerza el pensamiento hasta el extremo y le confiere una prioridad absoluta, de tal suerte que si el lector no lo capta con la misma energía, puede comprender lo dicho en un sentido muy diverso. Esa afirmación suya está hecha de modo que quien la lee por primera vez se siente fácilmente tentado a considerarla exacta en su literalidad, olvidando por completo que lo que el autor ha querido expresar con ella es cabalmente la forma de la más profunda melancolía, hasta tal punto que tan honda tristeza, concentrada en una sola frase dialéctica, no ha podido encontrar mejor expresión.
[...]

Si me he demorado tanto en la descripción meticulosa de lo que precede, lo he hecho con el único fin de mostrar que es cabalmente el amor-recuerdo el que hace al hombre desgraciado. Mi joven amigo no comprendía la repetición, no creía en ella ni la quería con verdadero coraje. Lo más triste de su historia consistía en que en realidad amaba a la muchacha, pero para realizar de veras este amor tenía que salir primeramente de aquel laberinto poético en el que se había metido. Podía haberle confesado que estaba irremediablemente dominado por el entusiasmo de la poesía, pues una confesión de este tipo suele ser un medio generalmente admitido como bueno y digno para desentenderse de una joven. Pero el muchacho no quería por nada del mundo recurrir a tal medio, pues lo juzgaba, cosa en que yo le daba toda la razón, injusto e indigno de un hombre.
De esta manera, en efecto, le habría cortado a ella posibilidad de seguir creyendo que vivía bajo sus propios auspicios. Además, al liberarse de ella de ese modo podría suceder que la desdichada joven le hiciese objeto de un desprecio absoluto y él, personalmente, se sintiera preso de un miedo y una angustia invencibles por no poder ya nunca jamás recuperar lo perdido.
¡ Ay, de cuántas cosas habría sido capaz nuestro muchacho si hubiera creído en la repetición! ¡Qué interioridad tan grande no podría haber alcanzado en la vida!
Con esto he adelantado acontecimientos que por el momento, lo digo sinceramente, no hubiera deseado descubrir. Mi intención era describir solamente aquellos primeros momentos en que empezó a mostrarse bien a las claras que nuestro joven se había convertido, en el sentido pleno de la acepción, en el cebadero atormentado del amor-recuerdo, el único feliz. Ruego al lector que me permita evocar otra vez aquel instante en el que el joven, ebrio de recuerdos, entró en mi habitación y dejó que su corazón se desbordara en aquellos versos de Pablo Möller, mientras me confesaba que se tenía que hacer una violencia enorme para no estar a teclas horas junto a la amada. Estos mismos versos los repitió la tarde aquella en que nos separamos para siempre. Jamás lo podré olvidar. El recuerdo de la desaparición súbita podrá muy bien borrarse en mi memoria, pero nunca jamás el de aquel instante último en que estuvimos juntos. Igualmente puedo afirmar que las noticias de su marcha precipitada me angustiaron mucho menos que la situación tensa de aquel último instante. Mi naturaleza, en definitiva, está así hecha. En el primer temblor estremecido del presentimiento mi alma intuye y transpasa todas las consecuencias, las cuales de ordinario necesitan no poco tiempo para manifestarse en la realidad como hechos consumados. La concentración del presentimiento nunca se olvida. Así creo que ha de estar dotado, por la misma naturaleza, todo el que se precie de observador. Claro que quien está dotado y constituido de esta forma no puede por menos que sufrir muchísimo. Porque en el primer momento de pálido desfallecimiento acaba de fecundarle la idea, y en adelante su relación con la realidad es necesariamente observadora e inquisitiva. Para esta observación profunda es completamente inapto todo hombre que no posea esta peculiaridad femenina gracias a la cual pueda la idea entrar en la debida relación con él, relación que siempre será como una cópula. Y la razón es muy sencilla, pues quien no descubre de golpe la totalidad, no descubre propiamente nada.
Cuando nos separamos aquella tarde y el muchacho, una vez más, volvió a darme las gracias por lo mucho que le había ayudado a pasar el tiempo -que siempre era para él demasiado lento a causa de su incurable impaciencia-, me hice a mí mismo las siguientes preguntas. ¿Se habrá sentido quizá tan comunicativo que le haya contado todo a la muchacha, que entonces le amaría aún más profundamente? ¿Habrá hecho semejante cosa? Si se hubiera aconsejado conmigo sobre este particular, yo le habría dicho que no lo hiciera por nada del mundo, que se "mantuviera tieso al principio, pues en el aspecto puramente erótico es siempre lo más prudente, al menos cuando no se posee la seriedad de espíritu capaz de dirigir nuestros pensamientos hacia metas más altas". En fin, no sé si ha hablado o no con la muchacha en los términos aludidos, pero si lo ha hecho no ha obrado con paciencia.
El que haya tenido ocasión de observar a las muchachas y podido captar sus conversaciones, habrá oído no pocos estribillos del siguiente tenor: "¡Sabes, Fulano es un buen muchacho, pero es más aburrido que una ostra! ¡Zutano, en cambio, es la mar de interesante, si oyeras las cosas que dice, tan escabrosas!" Cada vez que escucho estas palabras en los labios de una tierna doncella, siento ganas de espetarle a ella misma en la cara: "¡Vergüenza te debiera dar, mocosilla! ¿No piensas acaso que es una verdadera pena que una jovencita como tú se exprese de semejante modo?" Desde luego, es una pena muy grande y, en cierto sentido, una culpa. Porque si un hombre se ha extraviado en el terreno de lo interesante, ¿quién lo podrá salvar si no es justamente una muchacha? La culpa es todavía mucho más grave si la joven se atreve a tomarle a un hombre la delantera en ese mismo terreno. Pues una de dos: o el hombre está comprometido y no puede aceptar tal cosa, y entonces es una indelicadeza enorme el exigírselo; o no le ata compromiso alguno y entonces... Una joven debe ser muy precavida en este terreno y no fomentar jamás lo que se dice interesante. La que lo hace, mirando las cosas según la idea, siempre sale perdiendo, ya que lo interesante no se repite nunca. La que no lo hace, triunfa de todas todas.
Hace ahora unos seis años que me encontraba yo de viaje a unas ocho millas de la capital, por las tierras del interior de nuestra hermosa comarca. En un pequeño reservado de una de las fondas del camino me acababan de servir una suculenta y abundante comida, rociada con los mejores vinos. He de confesar que me sentía un poco alegre a la hora de tomar el café. Precisamente en el momento en que tenía la taza entre mis manos y me estaba deleitando a mis anchas con su delicioso aroma, veo pasar por delante de la ventana a una linda jovencita, ágil y encantadora, que se dirigía hacia el gran patio interior de la posada, de lo que deduje que iba a solazarse en el bello jardín posterior, muy bien cuidado y que en declive se perdía entre los canales que lo separaban de un espeso bosque. Sentí que la sangre me ardía en las venas, pues, ¡qué caramba, uno es todavía joven y le privan las muchachas! De un sorbo tomé todo el café, encendí un buen cigarro puro y me dispuse sin más a seguir los guiños sugestivos del destino y los pasos sugestivos de la linda jovencita. Pero, ¡sorpresa!, en ese instante llaman con unos suaves golpecitos a la puerta de mi reservado y veo entrar tranquila y decidida a la joven que me tenía electrizado. Lo primero que hizo fue saludarme con una graciosa inclinación de cabeza y con las mismas me preguntó si era mío el carruaje aparcado en el piso central y si pensaba volverme a Copenhague una vez comido. En ese caso, dijo, me quedaría muy agradecida si le permitía hacer el viaje conmigo. La manera recatada y digna, completamente femenina, conque me saludó y rogó que la llevara a la ciudad en mi coche, fue más que suficiente para que se borraran como por ensalmo en mi mente todos los proyectos que acababa de hacerme en la dirección de lo interesante y lúbrico. A pesar de que ¿no me negaréis?, infinitamente más interesante que encontrarse con una joven en un jardín es tener que viajar solo con ella un trayecto de ocho millas en mi propio coche y sin más testigos que el cochero y criado fidelísimos. La verdad que esto es como tener por completo a merced de uno mismo. Sin embargo estoy totalmente convencido que ni siquiera otro hombre de carácter más ligero que el mío se habría sentido tentado lo más mínimo en semejantes circunstancia Aquella confianza con la que ella se había entregado en mi poder era una defensa mucho mejor que toda prudencia y artimañas femeninas. Así que hicimos el viaje juntos. No hubiera viajado más segura ni con propio padre o uno de sus hermanos. Me mantuve silencioso y reservado durante todo el trayecto. Solamente me mostraba solícito cuando ella hacía alguna advertencia o me preguntaba una cosa. Di órdenes a mi cochero para que azuzase a los caballos, de suerte que el viaje durase lo menos posible. En las paradas conocidas nos deteníamos no más de cinco minutos, lo estrictamente necesario. Yo descendía el primero y, con el sombrero en la mano, le preguntaba si deseaba tomar un refresco o cualquier otra cosa que le apeteciese. Mi criado se hallaba a mi vera, un poco más atrás y también con el sombrero quitado. Cuando estábamos llegando a la ciudad, le dije al cochero que desviara un poco la ruta y continuara por una de las carreteras secundarias. Aquí me bajé yo del coche y, solitario, me fui caminando poco a poco la media milla que me quedaba para llegar a Copenhague. Lo hice con el fin de que ningún encuentro imprevisto o cosa semejante pudiera causar molestias a la joven. Ni entonces ni nunca después he hecho nada para enterarme de quién era, dónde vivía o cual habría sido el motivo de su repentino viaje. Su recuerdo, no obstante, es una de las cosas más agradables que conservo en mi memoria. Recuerdo que siempre he procurado mantener y puro, sin mancharlo ni siquiera con el más leve detalle o noticia adquiridos por la curiosidad más inocente.
La muchacha que busca lo interesante se echa el lazo a sí misma. La que no lo busca, ésa cree en la repetición. ¡Honra y honor a aquellas jóvenes que desde el principio fueron así! ¡Y también para aquellas que lo llegaron a ser con el tiempo!
Es necesario que repita sin cesar que todas las cosas que estoy diciendo, las digo cabalmente a propósito de la repetición, no como puras disgresiones. La repetición es la nueva categoría que es preciso descubrir. Cuando se tiene conocimiento de la moderna filosofía y no se desconoce totalmente la griega, se comprende con facilidad cómo esta categoría viene a aclarar exactamente la relación entre los Eleatas y Heráclito, y cómo la repetición es propiamente lo que por error ha dado en llamarse mediación. La repetición es justamente todo lo contrario de la mediación y, en consecuencia, la categoría que expresa de modo global, como se afirmará a renglón seguido, la más absoluta oposición al sistema de Hegel, cuyo nervio, puramente lógico era la Vermittelung, operada por la síntesis de los contrarios, a costa del mismo principio de contradicción.
Es increíble que en el sistema hegeliano se haya hecho tanto ruido en torno a la mediación y que, bajo esa misma enseña, gocen de honor y gloria las chácharas descabelladas del inmenso coro de sus prosélitos. Mucho mejor hubiera sido repensar a fondo, qué significa esa palabra y de este modo hacerles un poco justicia a los griegos. Porque el desarrollo que hicieron los griegos de la doctrina del ser y de la nada, de la doctrina del instante y del no-ser, etc., pone fuera de juego a Hegel, dándole, si se me permite la expresión, jaque mate. La palabra mediación es un término extranjero, repetición (1) es una buena palabra danesa y no puedo por menos que felicitar al idioma danés porque posee tal término filosófico. En nuestra época no acaba de explicarse cómo se verifica la mediación, si resulta del movimiento de ambos momentos anteriores o si hay que presuponerla, y en este caso cómo está ya contenida en ellos o es algo absolutamente nuevo que viene a incorporárseles, y en este segundo caso cómo se les incorpora de hecho. En este sentido podemos afirmar que la noción griega de la kinesis, que corresponde a la categoría moderna de la transición, merece la máxima atención. La dialéctica de la repetición es fácil y sencilla. Porque lo que se repite, anteriormente ha sido, pues de lo contrario no podría repetirse. Ahora bien, cabalmente el hecho de que lo que se repita sea algo que fue, es lo que confiere a la repetición su carácter de novedad. Cuando los griegos afirmaban que todo conocimiento era una reminiscencia, querían decir con ello que toda la existencia, esto es, lo que ahora existe, había ya sido antes. En cambio, cuando se afirma que la vida es una repetición, se quiere significar con ello que la existencia, esto es, lo que ya ha existido, empieza a existir ahora de nuevo. Si no se posee la categoría del recuerdo o la de la repetición, entonces toda la vida se disuelve en un estrépito vano y vacío. El recuerdo representa la concepción pagana de la vida y la repetición es la concepción cristiana. La repetición es el interesse de la metafísica, pero al mismo tiempo es el interés en el que la metafísica naufraga. La repetición es la solución de toda concepción ética; la repetición retorna, recuperación; más en la Iínea de la red integratio latina y del sentido que Kierkegaard la ha impreso como clave de su existencialismo cristiano, es la condición sine qua non de todo problema dogmático
Cada cual puede juzgar lo que le venga en gana acerca de lo que acabo de decir sobre la repetición y también puede pensar lo que quiera de que lo digo precisamente en este libro y de la manera en que lo hago hablando, a ejemplo de Hamann, "toda clase de lenguas lo mismo la de los sofistas que la de los que solamente emplean juegos de palabras, lo mismo la de los cretenses que la de los árabes, los blancos, los moros y los criollos: y mezclando arbitrariamente toda clase de cuestiones, lo mismo de crítica que de mitología, de hechos y de realidades como de principios; y, finalmente, argumentando tan pronto de una manera humana como de un modo completamente excepcional. Por otra parte, pienso que lo más correcto en mi caso, suponiendo que todo lo dicho no sean puras mentiras, hubiera sido enviar mis aforismos a uno de esos peritos sistemáticos que controlan errores y velan por la pureza de la filosofía, sobre todo en el aspecto formulístico. Entonces, quizá, se habría sacado algo en limpio de estos mis humildes aforismos; por ejemplo, una mención honorífica en algunos de los apéndices del sistema. ¡Qué idea tan sublime! ¿Qué más le podía pedir a la vida una vez que había llegado a ocupar un puesto de privilegio?
Por lo que se refiere a las inmiserables cosas que puede significar la repetición, diré sencillamente que son tan innumerables que el que intente registrarlas no debe tener el menor temor a repetirse. El profesor Ussing, en sus buenos tiempos, pronunciaba no pocos discursos en la "Sociedad del 28 de mayo". En cierta ocasión una de las expresiones de su discurso no agradó nada a la distinguida concurrencia que le escuchaba. ¿Qué hizo entonces el famoso profesor, que en aquella época era tan decidido y enérgico? Pues muy sencillo, dió un golpe sobre la misma mesa de la presidencia y dijo sin inmutarse"¡Repito lo mismo!" En aquella época, pues, el profesor pensaba que sus discursos ganaban con repetírse.
No hace tampoco muchos años que oí a un sacerdote repetir la misma plática dos domingos seguidos. Si hubiera sido de la misma opinión del profesor mencionado, cuando este sacerdote subió al púlpito el segundo domingo debería haber dado también un fuerte golpe sobre el pequeño atril e iniciado la plática con las siguientes palabras: «¡Queridos hermanos..., os repito lo mismo que el domingo anterior!» Pero no lo hizo, ni tampoco se señaló con ningún otro detalle. No era, desde luego, de la misma opinión que el profesor Ussing y, ¿quién sabe?, si el propio profesor no ha cambiado de parecer para estas fechas y se ha arrepentido de haber repetido su discurso de marras.
En otra ocasión, en una de las grandes fiestas de la corte, contó la reina una historieta que hizo reír a todos los cortesanos y demás invitados, incluso a un ministro sordo como una tapia. Cuando se acallaron las risas, se levantó el buen ministro y les rogó a sus Majestades la gracia de poder contar también él una historia graciosa... y contó la misma historia de la reina ¡Pregunta! ¿Qué idea tenía este ministro del significado de la repetición?
Y, finalmente, si un maestro de escuela le dice a uno de sus discípulos: "¡Óyeme bien, Jespersen, es ya la segunda vez que tengo que repetirte que te estés quieto!»; al mismo tiempo que le pone una mala nota en su libro escolar al distraído Jespersen por sus repetidas distracciones, entonces es evidente que el significado de la repetición es completamente distinto.

Notas:


1. Gjentagelse. El sentido habitual y obvio de esta palabra danesa, a la que se le confiere tan eminente rango filosófico es sencillamente el de repetición. En su pura literalidad significa retoma, recuperación, más en la línea de la red integratio latina y del sentido que Kierkegaard la ha impreso como clave de su existencialismo cristiano.

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